Una mente sana, una conciencia tranquila~

Llevaba un par de días con los nervios de punta, no solo había tenido trabajo extra, también hacia tenido que soportar a otros seres con los que había tenido la desgracia de toparse. Sus músculos habían estado completamente tensados hasta hace unas horas y la recolección de almas fuera de la ciudad había durado más tiempo del estimado.

Ese fue el motivo para llegar hasta este lugar, el único “lugar santo” que había en los alrededores, destacando por mucho aquellas comillas porque aun así, sentía el aroma de desagradables seres que se había atrevido a pisar aquel lugar en busca de quien sabe que. Este lugar era perfecto para un contacto espiritual con la calma y con aquel a quien muchos aun llamaban padre.

Dejó a un lado aquel bolso en el que mantenía cosas sencillas como lápiz y papel, algunos accesorios y otras cosas con menos valor. Se quito las botas dejándolas a un lado, haciendo lo mismo con las medias ligas. Dejando atrás aquellas prendas camino hacia la pequeña laguna que se formaba a los pies de la cascada. Acompañado de un leve rezo comenzó a entrar un poco más, sintiendo como su espíritu se limpiaba de los pecados entregados por su trabajo, su cuerpo comenzaba ligeramente a relajarse y su alma comenzaba a descansar una vez más. Había dejado de escuchar las voces gritando por piedad.

- Apiádate de mi alma y permíteme continuar una día más con esta ardua labor. Que todo sea en tu nombre, padre.

Al encontrarse sola, era sencillo hablar, el miedo ilógico al ser una burla desaparecía y mientras solo fuera su padre quien la escuchara no había problemas dentro de su mente. Su tono de voz, aun así, era bajo y delicado. Su rostro, mostraba paz, de esa que no había podido alcanzar en el interior de la ciudad y de la que se sentía lejana cada vez que cumplía con su labor. Su trastornada mente daba una pausa al desenfreno y volvía a la normalidad sin la necesidad de usar sus alas para apaciguarla.

Su rezo había sido suficiente para liberarla completamente de las tediosas molestas que la seguían cada día. Era una suerte, para ella, que aquella cascada de encontrara tan cerca de la ciudad. Claro que, como todo en la vida, nada es para siempre.

Su corazón casi se le salió del cuerpo al escuchar la voz de aquel intruso. No se había detenido a examinar los alrededores, confiada en que esa “chusma” no se atrevería a acercarse; que equivocada estaba. Se volteó con rapidez viendo al molesto caído de pies junto a sus cosas y ese pavor instantáneo comenzó a crecer nuevamente. Nuevamente quedaba en silencio. Por su mente una y mil cosas pasaban de manera veloz, ¿Había escuchado su horrible voz? Comenzarían las burlas por parte del contrario y esta vez, más que nunca, no se sentía preparada para soportarlas. Si, quizás podía ser lo más ridículo, pero ese era el temor que llevaba consigo cada vez que pisaba tierra.

Le observó desde ese lugar, cuidando de cada movimiento del contrario, no quería caer otra vez dentro de sus juegos, comenzaba cansarse de encontrárselo en la ciudad, o en este caso, fuera de ella.

Soltó un suspiro pesado y silencioso, si no se largaba ahora caería como mosca en los juegos del caído. Camino con algo de lentitud hacia la orilla, para su desgracia tendría que acercarse quisiera o no al contrario.

Suponiendo quizás el movimiento del contrario, junto a las almas que se alojaban tras su espalda, si se veía fuera de la realidad, como sucedió la primera vez, ellas le alertarían.
Por instantes y aun a un par de metros de distancia, se hizo a la idea de que ese caído se encargaría de hacer su estadía lo menos re confortable posible. ¿Para qué se tomaría tantas molestias? De todos los seres que aun habitaban la ciudad ¿Por que precisamente ella debía ser el centro de sus burlas y constantes molestias?

“Que pesado…” Pensó mirándole, decidida a largarse, volvería a rezar en otra ocasión, de preferencia cuando el caído ni cerca estuviera.

Tembló levemente al oír al contrario, al sentir como le obligaba a quedar sin distancia y como sus labios besaban con esa envidiable tranquilidad la comisura de los propios. LE ponía los nervios de putna sus palabras y sus acciones y a la vez le enfurecía que estuviera presente y no solo eso, el que no fuera capaz de defenderse ahogaba más aquel oculto orgullo que salía a flote medianamente cuando la situación lo ameritaba.

No entendía ni un poco al contrario. ¿Cómo alguien como ella podría llamar tanto su atención? Al borde de hacerle los tiempos miserables, optando por humillar el tranquilo ser que poseía constantemente. Suspiró con alivio al sentir que el contrario le había soltado, mirando detenidamente cada uno de sus pasos. Pronto él ya había pasado a su lado y se había sumergido. ¿Tan descarado podía ser? Bañándose en aguas santas, contaminándolas con su grotesco ser.

Camino con tranquilidad hasta la orilla. Había considerado el retirarse sin sus cosas pero aquel estoque capto completamente su atención, olvidándose que el caído continuaba cerca. Casi como una niña queriendo conocer algo nuevo, terminó acercándose a dicha arma, arrodillándose frente a ella y tomándola como si estuviera en ese lugar con ese fin. La desenvaino y alzo, admirando el filo, y cada uno de los detalles de la cuchilla. Ni siquiera ella lograba comprender como, después de siglos, aun seguía sin controlar aquel amor por las espadas que la mantenía en constante distracción. Desde cierto punto, aunque su vida dependiera de ello, no podría ir en contra de ese instinto.

Estaba realmente encantada con aquella arma, sin despegar su mirada dela maravillosa espada. Paso sus dedos por la hoja, sintiendo la perfección que tenia su fabricado. Observó con cautela el filo, la punta e incluso aquel mango con excéntricas terminaciones que no terminaban de captar su atención. Olvidándose por completo de la presencia del contrario, hasta olvidando que aquella arma tenia un dueño y que no era ella.

Su cuerpo tembló ligeramente acompañado de un leve brinco, esto gracias al repentino acercamiento del caído… no, se debía a su regreso a la realidad, después de todo en ningún momento quedó sola y el tener al caído sentado a sus espaldas, abrazándola era prueba suficiente de que se había dejado llevar una vez mas por aquel estoque.

“¿Por qué no se rinde?” “¿Tanto disfruta molestarme de esta manera?” Pensaba mientras le miraba de reojo, torciendo un tanto los labios, asustada del contacto. Ya no tenía aquella arma entre sus manos y no había podido evitar desviar su mirada hacia la mano que ahora la sostenía. Soltó un suspiro algo ahogado, sintiendo como sus ropas se humedecían y pero que eso, al ver que para volver a tomar aquella arma debía caer bajo sus requisitos.

Bajó el rostro, decepcionada de si misma. Incluso ansiándola, no podía soltar palabra alguna. Sus manos, se quedaron quietas sobre su falda, esperando que el contrario volviera a fastidiarse y renunciara a esa idea suya, que no daría resultado alguno. Le aterraba que oyeran su voz, eso era todo.

No entendía porque aquel raro fetiche por oírla pronunciar su nombre, ¿De que iba aquello? ¿Para que necesitaba que ella pronunciara su nombre? Que escuchara sus rezos no significaba absolutamente nada, después de todo ella había asumido que estaba sola y ahora era complicado hacerse a esa idea, teniéndolo tan cerca.

No solo sus ropas de humedecían por culpa del contrario. Su cuerpo temblaba levemente debido al continuo contacto del contrario. Era difícil hacerse a la idea de encontrarlo al lugar que fuera, como si fuera aquel peso que debía cargar de manera constante por hacer sido un mal siervo. Y no recordaba haberse desviado de su misión en milenios. Escuchaba sus palabras y no dejaba de entender que pasaba por la mente contraria. En la ciudad había todo tipo de seres con los que podría perder noches enteras, con ambas partes disfrutando, ¿Por qué parecía ser ella el punto de burlas y molestias del contrario?

Se estremeció suavemente al sentir el contacto de los labios ajenos contra su pálida piel, exaltándola y preocupándola. Porque siempre terminaba de esa manera, con el contrario paralizándole y jugando con ella. No tenía ni un poco de fuerza de voluntad para enfrentarse al contrario en ese estado y recurrir a su alas la llevaría exactamente al mismo circulo vicioso como en el que ya se encontraba.

Suspiró con pesadez, buscando la calma interna que había perdido. Decir su nombre, decir su nombre, si conseguía algo como eso… ¿Se libraría de él?... nada perdía con intentarlo. Al principio movió los labios sin soltar ruido alguno, siendo el primer intento fallido, le probó con una segunda vez dando el mismo resultado. Cerró los ojos y se concentro en lo que estaba haciendo.

No había pasado mucho desde que había buscado entre sus propios libros sobre aquel caído. Si bien, el mismo ocultaba su nombre y su libro principal lo omitía, había dado con el de alguna manera, quizás por, mera suerte. Cuando, por fin pudo soltar palabras, su tono era tan bajo que le hacía sospechar de si lo había conseguido o no había sido más que un truco de su mente. Y bueno, el nombre que había soltado no era Damien, había soltado el nombre con el que habían recibido en el mundo al contrario. Aquel nombre que el creador le había otorgado al extenderle la mano. Ese nombre que había “perdido” presa de sus bajos instintos y rehén de sus pecaminosas acciones.

Si la vida para alguien como ella fuera sencilla, seguramente no estaría en donde esta estos momentos. No tendría esa pesada carga sobre su espalda ni pasaría por los tormentos al tocar tierra. No escucharía a esas almas que ahora reían de forma estrepitosa al ver en que había terminado todo. Hubiese sido más suertuda y su camino no se hubiese cruzado con el contrario. Y en el caso de que hubiera pasado todo sería diferente. Una cosa lleva a la otra y ella no era quien para negar los designios de su “Padre”.

Ni importaba cuantas veces pasara por su mente, ella, en el fondo, jamás se arrepentía de su actuar o de aquellas cosas que estaban destinadas. Si bien, el conocer al contrario ha sido un fuerte golpe en diferentes sentidos, además de que hubiese deseado que fuera a otro y no a ella. Eso era el plan de su padre y por desgracia, debía seguirlo hasta que en algún punto se fuera a terminar, pidiendo que fuera pronto.

Cuando arremetió contra el piso apenas había cerrado los ojos por el impacto. Entre las posibilidades si se encontraba esta. Si ocultas tu nombre o le olvidas es porque había algo que no deseabas tener en mente cada día de tu eterna vida (Aunque hubiese sido mejor que solo la dejara en paz). Con sus extremidades inmóviles gracias a aquellas sombras su apagada mirada se cruzo con los ojos carmesí del contrario, tan vivos como el mismo sol iluminando desde lo alto del cielo.

Se movió abruptamente tratando de liberarse del agarre del contrario, sintiendo como aquellas manos sujetaban su cuello ejerciendo presión. Al principio, naturalmente, tuvo miedo de lo que podría llegar a pasar pero como si de una iluminación se tratara dejo de luchar contra el contrario recordando su ventaja. No importaba que tan herida terminara, la muerte no puede morir.

Cuando se vio libre, instintivamente llevo las manos a su cuello. El fuerte roce contra su delicada piel ardía. ¿Cuánto había pasado? No recordaba haber cruzado aquella línea en la que de alguna manera se viera amenazada y en peligro, ignorando sus propios temores. Tomó lugar en aquel sitio, sentándose con tranquilidad. Quizás, esto era lo que necesitaban para separar los caminos una vez más.

S tenia suerte, esta vez, podría marcharse y añorar aquella calma momentánea que tanto ansiaba. Al ponerse de pie comenzó a arreglar sus prendas, dispuesta a marcharse y dejar al contrario con sus propios líos, no era su problema él como fuera a sanar aquella herida que tenia.

Creía, que no importaba cuantas veces los caídos dijeran odiar a “Padre”, no era verdad, al menos no completamente. Desde cierto tiempo, les consideraba niños rebeldes. Deseaban lo que no podían tener y se jugaban demasiado por ello. Eran influenciados por aquellos pecados que reinaban en la tierra y contaminaban sus espíritus con sabiduría errónea.
Valla a saber uno que tan cierto o que tan alejada estaba de la cruel realidad. Dio media vuelta, caminando hacia la ciudad, como lo hacía antes del efímero encuentro con el mayor.